Por
Javier García Blanco
Durante el Renacimiento se hizo muy popular una historia —con
tintes de
leyenda— que
Plinio el Viejo había recogido en su célebre
Historia Natural. En
el relato se narra la gran rivalidad que existía entre dos
pintores griegos del siglo V a.C.,
Zeuxis y Parrasios, por ver
quién de los dos era mejor artista.
Con la
intención de zanjar de una vez por todas esta cuestión, decidieron celebrar un concurso presentando una pintura cada uno.
Zeuxis fue el primero en mostrar su obra, en la que aparecía un
bodegón con unas
uvas
tan bien representadas y apetitosas que algunos pájaros que se
encontraban allí cerca se acercaron con
intención de picotearlas,
tomándolas como reales.
Ufano por su logro,
Zeuxis urgió a Parrasios para que quitara la tela que cubría su pintura, y así decidir
quién de los dos era el ganador. En ese instante,
Parrasios reveló a su rival que la tela era en realidad parte de la pintura,
por lo que Zeuxis había sido engañado por su gran calidad, y derrotado.
El relato anterior es casi con certeza una
leyenda, pero ejemplifica a
la perfección el interés de algunos artistas por representar la
naturaleza con la mayor fidelidad posible.
Aunque la pintura es en sí misma una expresión artística ilusoria, pues busca la representación de una escena en
tres dimensiones sobre una superficie bidimensional
(lienzo, muro, papel, etc.), existe una técnica pictórica que busca, de
forma intencionada, provocar un engaño en el espectador, aprovechando
distintos efectos ópticos y el uso de la perspectiva: es el
trampantojo.
El propio término, tanto en español como en francés —
trompe-l'oeil— hace alusión a
"engañar al ojo",
y a lo largo de la Historia del Arte esta técnica ha sido empleada por
multitud de artistas, ya fuera como forma de mostrar la excelencia de su
técnica, como acompañamiento de construcciones arquitectónicas o por
mero divertimento.
Un ejemplo muy gráfico —nunca mejor dicho—,
lo constituye el lienzo Escapando de la crítica (1874), del español
Pere Borrell del Caso,
que suele reproducirse en artículos y monografías sobre los
trampantojos. En otros casos, la recreación de la realidad es mucho más
extrema, como sucede en algunas pinturas murales del artista barroco
Andrea Pozzo.
Pozzo fue un arquitecto, pintor y jesuita italiano a quien, a finales del siglo XVII, se le encargó la decoración pictórica de
la iglesia de San Ignacio en Roma.
La construcción del templo había sido financiada por la poderosa
familia Ludovisi, pero a mediados del siglo XVII dejó de llegar dinero y
los constructores se vieron obligados a dejar la iglesia inacabada,
quedando por concluir la cúpula.
Como solución temporal
se decidió "cerrarla en plano" —es
decir, cubrir el espacio que debía ocupar con una techumbre plana—, y se
le pidió a Pozzo que pintara una falsa cúpula. El resultado, como se
puede apreciar viendo la imagen que acompaña estas líneas, resulta
asombroso.
Aunque la decoración de la cúpula es impresionante, aún más espectacular es la obra que
Pozzo realizó en la bóveda de la nave de esa misma iglesia. Allí, el artista italiano
representó el tema de la Apoteósis de san Ignacio con tal maestría —haciendo un uso increíble de la perspectiva y la composición— que
logró la ilusión de un cielo que se abre por encima de arcos, muros y columnas.
Extraído de Yahoo.